Paff, el drac magic

lunes, 26 de enero de 2009

ESPERANZA ...

Cada noche a la misma hora miraba por la ventana del salón que daba al patio de su casa. Hacía como unos diez meses que repetía la misma rutina. Cada día.
Un 6 de Junio fue la última vez que vio esos ojitos cargados de pena mirándole a través del cristal. Suplicando un ratito más de caricias y amor de su amo. Y otra vez más tuvo que darse la vuelta con el corazón encogido pensando para sí que era demasiado tarde y que ya era hora de acabar aquel día.
Si pudiera volver atrás la dejaría pasar y se regalarían horas de compañía delante de la televisión el uno junto al otro. Desde que murió su mujer había sido su única compañía. Linda, la llamaron.

Era su única amiga. La única que le entendía perfectamente. Que no le echaba en cara cuando estaba demasiado triste como para regalarle un ratito más de cariño. Sin rechistar. Se daba la vuelta y se dirigía al rinconcito que le había preparado tras la muerte de Amanda. Cuando todavía estaba Amanda con ellos, Linda tenía un sitio privilegiado en su habitación. Pero tras su muerte, Carlos no podía soportar su presencia por evocarle demasiados recuerdos. Muy a su pesar la trasladó al jardín y le construyó una casita que cualquier perro hubiera envidiado.

Pero ya no podría estar más en su compañía. Nunca más. Ya no le quedaba nada. Linda se fue. Un día se olvidó de echar el cerrojo a la puerta del jardín. Y justo cuando un camión pasaba a toda velocidad, Linda vio un gato al otro lado de la calle. Lo toleraba todo. Todo menos los gatos. Cuando veía uno iba a por él, costase lo que costase. Y esta vez le costó la vida.

Carlos no solo lloraba la pérdida de Amanda y de Linda, si no que sentía que ya no tenía nada por lo que luchar. Era joven todavía, pero a su modo de ver, no le quedaba nada. El vacío. El silencio. La soledad.
Hasta que un día tocaron a la puerta. No solía abrir a nadie. Pero al oír los ladridos tuvo que asomarse a esa ventana. En el suelo, delante de la puerta, había una caja con un lazo. La curiosidad el pudo y fue a abrir la puerta. Cogió la caja y vio que llevaba una tarjeta. Dentro seguían sonando unos llantos lastimeros. No sabía si atender primero a la nota o a lo que había dentro de la caja.

Optó por sacar al animal que le agradeció el gesto con un montón de besos. Era una perrita de pocas semanas de vida. Carlos no creía en los milagros, pero cuando abrió la nota tuvo que cambiar de parecer:

“No te preocupes por nosotras. Estamos bien. Te hemos traído este angelito para que te acuerdes de nosotras y para que sepas que estaremos siempre ahí, contigo. Sigue tu camino…

Te queremos:
Amanda y Linda”

3 comentarios:

Unknown dijo...

Sabiendo cómo me encuentro, adivinarás cómo he reaccionado ante tu texto... lágrimas y más lágrimas, otra vez, una más.

Es precioso, emocionante... maravilloso.

Muchos besos... qué bien que has vuelto!!!

JuanRa Diablo dijo...

Qué bonito, Mar!
A mí me gustaría que los seres queridos nos pudieran dejar señales de vida desde el otro lado. A veces lo he pensado incluso, preguntándome si me daría miedo enfrentarme a ello o no. Probablemente dependería del estado de soledad y abandono de cada cual.
En el caso de tu relato, un regalo así sería suficiente para borrar todas las penas de un soplo.

Se te ha echado de menos.

pichiri dijo...

Esta es la Mar que siempre intuí, no me ha sorprendido porque sé que vales. Tu relato me ha emocionado por el fondo y por la forma y es solo una muestra de la mucha sensibilidad que hay en tu corazón que no sé por qué tratas a veces de encubrir. Te pedí que volvieras a escribir y no solo lo has hecho sino que además nos has obsequiado con un preciosisimo relato. Sigue así Mar. Un beso, Juan