Paff, el drac magic

martes, 11 de noviembre de 2008

HERMANOS


Iban los dos cogidos de la mano. En silencio. Con la mirada fija en el suelo. No perdían detalle del movimiento de sus pies. Asustados. Sin entender lo que estaba pasando y por qué. Las cosas habían cambiado desde tan solo unas horas atrás. Sin previo aviso. Habían ido a buscarles al colegio. Tuvieron que dejar sus respectivas clases con la palabra en la boca. Y de repente estaban allí. Caminando los dos. Detrás de una desconocida que les guiaba. Otros dos desconocidos cerraban la comitiva. Todos les miraban con una expresión de infinita tristeza. Sus ojos hablaban solos. Algo malo había pasado pero nadie les quiso explicar nada. Ni siquiera a donde les llevaban.

Miguel era el mayor de los dos. Lara con tres añitos recién cumplidos era la pequeña de la casa. Desde que nació el mundo había dado vueltas a su alrededor. Se lo había ganado a pulso debido a la incertidumbre de que su nacimiento se llegara a producir. Todos la querían mucho en casa. Incluso Miguel que se saltó la etapa de los celos hacia ella nada más verla. Siempre había sido un encanto. Muy cariñosa. Preciosa. Unos ojos grandes y expresivos que conquistaban el corazón del más abominable hombre de las nieves. Y ahora la tenía allí, a su lado. Aterrorizada al ver algo que no entendía en absoluto. Le agarraba la mano tan fuerte que pensaba que se la iba a romper. Y Miguel no tenía la más mínima intención de soltarla por nada del mundo.

¿A dónde les estaban llevando? ¿qué era lo que había pasado? ¿por qué nadie les quería explicar nada?

Entonces de repente la comitiva se paró delante de una puerta. A Miguel le pareció la puerta más grande y pesada que nunca antes había visto. No sabía lo que escondía, pero sí sabía que no les iba a gustar. La desconocida les invitó a pasar mientras les sostenía la puerta ligeramente abierta. Armándose de valor, miró a su hermana, ésta le miró a él para luego seguirse con la mirada y fijarla en la gran puerta. ¡Adelante¡ se dijeron ámbos en silencio.

Empezaron el que les pareció el camino más largo jamás recorrido. Consiguieron llegar a la puerta que ya para entonces estaba abierta de par en par. Y ahí estaban sus abuelos. Los cuatro. Si antes les pareció que la gente les miraban con infinita tristeza, las expresiones de sus abuelos no tenían nombre.