Paff, el drac magic

jueves, 27 de noviembre de 2008

MIS ANDANZAS CON LA MEDICINA

PRIMERA ANDANZA
Hace ya bastantes años me vi afectada por un catarro de esos que te toman cariño y se niegan a irse. Me afectó de tal manera que me sentía yo con la mitad de mi capacidad auditiva. Había estado tomando antibióticos ya hacía lo menos un mes, si no más. Y para aquellos entonces, y si no recuerdo mal, seguía soltera aunque me quedaba poco para dejar de serlo.

Recuerdo que la historia en cuestión comenzó en el pueblo donde vivía, mi pueblo natal. Ese que todo el mundo odia estando en él por que no podía ser más aburrido, pero al que todo el mundo echa de menos una vez que se ha alejado de él.

Pues bien, me casé y al poco de estar en mi nueva residencia y notando aún los efectos del catarro – igual ya manía mía – me decidí a hacer uso de mi nueva tarjeta de la Seguridad Social y visitar a mi querida doctora por primera vez. Pensé que la amistad sería de esas que duran para toda la vida, pero lo que no intuía es que después de esa visita iría casi directa al mostrador para hacer un cambio de compañera de viaje.

Al llegar ya se le notaban las prisas en su pose. Le comenté también otro problema totalmente irrelevante a esta historia y al cual le dio carpetazo antes de que pudiera explicarle los síntomas. Lo mejor vino después. Le intenté resumir todo el proceso del catarro para acabar diciéndole que seguía notando como si no oyera bien. Entones me miró un poco los oídos. Me habló susurrando de un lado y del otro. Me chasqueó los dedos de un lado y del otro. Cada vez preguntándome si lo podía oír. Inocentemente le dije que si, que lo podía oír. Su veredicto fue que no tenía nada.

No conforme le pedí que por favor me hiciera un volante para ir al otorrino y quedarme más tranquila. Además así me hacía una revisión ya que nunca me había hecho ninguna.

Se negaba prácticamente en rotundo a hacérmelo. Se escudaba en su teoría de que no me iban a hacer nada más que lo que ella me había hecho. Que estaba perdiendo el tiempo. Aún así insistí hasta que lo conseguí bajo la amenaza cumplida de que ella se lavaba las manos y lo ponía por escrito sobre el dichoso volante. Era como si me estuviera desangrando y estuviera pidiendo el alta voluntaria.

Me quedé pensando que qué clase de profesional del canal auditivo hacía esas complicadas pruebas a sus pacientes. ¿Cómo detectaría el grado de sordera chasqueando solo los dedos a su alrededor? Todo un misterio sin resolver. Afortunadamente a mi me tocó uno de esos que te meten en una cabina insonorizada. Te dan un mando para apretar cada vez que oyes un ruido – la mitad de los cuales te parece haber oído y que para no quedar como una sorda total, tú le das por si acaso ha sido que si.

Me imagino a la pobre gente a la que le habrán tocado la sesión de chasquidos. Seguirán viendo las películas con subtítulos o a todo volumen.

SEGUNDA ANDANZA

Una segunda anécdota me pasó cuando cambiaron sin previo aviso de centro de Salud. Nos tocaron los médicos que nos tocaron y estuvimos obligados a aguantarnos durante medio año.

Pues bien, esta vez me quejaba de picores a causa del frío y me armé de paciencia y pedí cita por que cada vez que surgía el problema en cuestión parecía un perro con sarna y ya me daba apuro de cara al público.

Después de esperar horas a que me tocara - estando con dos niños pequeños (uno de ellos con ataques de cólicos de lactante) y mi marido - me dijo que me pedía unos análisis para descartar la alergia al frío. A mi personalmente me sonó a guasa, pero ella era la doctora. Así que al día siguiente a sacar las muestras y a volver otro día.

Esta vez mi marido no pudo venir, así que me tuve que ir con un bebé cargado de cólicos del lactante y su hermana que para entonces igual ni había cumplido los tres años. Esperando los tres en la puerta durante horas también y sin llamarme. Ya hartos de estar allí sale la señora y pregunta pasando lista si estaban todos presentes. Al nombrarme le dije que hacía como dos horas que estaba y le eché una de esas miradas fulminantes. Entonces se metió un segundo, cogió sus cosas y se fue dejándonos solos ante la puerta con cara de besugos idiotas y diciendo que no iba a tardar. Supongo que le tocaría el cafetito con los compis.

Afortunadamente y en comparación con lo ya esperado, no tardó mucho. Me llama a mi primero y mi premonición se hizo realidad una vez más. Me había pedido también otros análisis extra para una comprobación rutinaria de otros niveles ya que estaba dando pecho. Supongo que a estas alturas estaréis imaginando que los resultados que tenía ella estaban incompletos. Y claro, faltaba la parte que yo estaba esperando. Los de la alergia.

La señora llamando a laboratorio y nadie le cogía el teléfono. Y claro, yo no podía ocupar ese sitio por que había más gente esperando fuera, así que cogió y me dio tres opciones.

Una: Salir y seguir esperando hasta que la localizara. Evidente y educadamente le dije que “¡y un huevo!” me iba yo a esperar un montón de tiempo más con las dos criaturas allí afuera otra vez.

Dos: Que bajara yo a hacer su trabajo y persiguiera como una loca y por todos los pasillos hasta dar con su compañera de laboratorio y preguntarle a ver qué pasaba con los resultados de su paciente. Evidente y educadamente le dije que “¡y otro huevo!” iba a pasar yo por pringadilla.

Tres: que me fuera y que ella ya me llamaba cuando los localizara. Perfecto. Mañana productiva a tope.

Al cabo de semana o semana y media me llamó. Habló con mi marido y le dijo que descartábamos la alergia. Ahí se quedó la cosa. No propuso ninguna prueba o revisión alternativa. Así que aquí sigo. Rascando.

TERCERA ANDANZA
Otra de mis anécdotas con los magníficos médicos de la Seguridad Social tuvo lugar este mismo lunes. De hecho, no sólo fue con los médicos, también fue con el personal de recepción.

Estábamos malos los tres, mis dos hijos y yo. Ellos con fiebres, algún que otro diente nuevo y mocos varios. Y yo con un dolor de garganta que no me dejaba ni tragar mi propia saliva. Decidí cogerlos e ir los tres por urgencia.

Al llegar a recepción y exponer el caso en cuestión, la señora ya me miró mal y exclamó tal y cómo yo esperaba - ¡Los tres de urgencias!. Mis hijos no se iban a quedar sin ir. Y yo ya no aguantaba más el dolor, así que se lo confirmé con rotundidad.

Me tomó nota de los dos niños y al llegar a mi y consultar el horario de mi doctora intentó hacer un trato. Me propuso que volviera yo por la tarde que entonces sí que estaría ella y además podía ir con cita y así no íbamos a crear un caos a la hora de llamarnos ya que estaríamos inevitablemente a la otra punta del pasillo . Yo me veía capaz de esperar hasta entonces, así que acepté pulpo como animal de compañía.

Por cierto, al parecer tenía intención de ponerme enferma ese día por que según ella tenía cita pedida. Era mi primera noticia. De todos modos os lo recomiendo. Pensad qué día os vais a poner malos y tened ya la cita pedida. Es lo más limpio y nada complicado. Ahora que las dos horas de espera no os la quita ni Dios. Llevaos un libro.

Cuando me llegó la hora dejo a los niños con mi marido y me voy toda orgullosa a conocer a mi nueva doctora. A la anterior la tuve que camibar por pasotismo. La cambié por la que tenía mi marido que a él le parecía más “normal”.

Llego al centro, aparco sin problema. Me subo a la puerta de mi consulta y nada más hacerlo me llaman. Pero oh! Sorpresa que la voz no era todo lo femenina que cabía espera. Era más bien masculina y yo tenía una doctora, si no recordaba mal. Ahí tenemos la primera cagada del personal. Menos mal que me hizo ir por la tarde con dolor de garganta por que iba a estar mi doctora. Pero en fin, me lo tomé con filosofía y me dije que al menos de esa manera habíamos evitado el colapso en las colas por la mañana al ir todos de urgencias. Me levanto. Me armo de paciencia. Entro en la consulta. Y después de cuatro bromas y de decirme que tenía unas buenas placas y recetarme el antibiótico le planteo otro problema que padezco desde hace bastante. Mis famosos picores.

Le hago un pequeño resumen. Y digo pequeño por que no me dejó hablar. Se puso directamente a hacerme la receta de un anti-alérgico aun cuando yo le estaba diciendo y repitiendo una y otra vez que alergia no era por que estaba descartado mediante unos análisis.

Yo creo que este doctor, a pesar de su juventud, o era tozudo o era sordo por que pensando que el tema de la alergia ya estaba aclarado, al irme de allí me insistió en que si tenía mucho problema con el picor, que me pasara que me darían un anti-alérgico. Como no estaba segura al no tener confianza decidí darle la razón, como a los locos. Ya sabéis, más vale curarse en salud.

Pero la mejor solución se la guardaba en la manga. Os recomiendo que si tenéis algún tipo de libro recopilatorio de “Remedios de la Abuela” toméis nota de este y os lo quedéis. Me dijo que me pusiera más ropa. Que si hacía falta me pusiera dos pares de medias. Como si no me bastaran los kilos de más, encima tener que embutirme en más ropa por que no le dio la gana hacerme un volante para que me vieran el tema de la circulación sanguínea. Ya rascaré, volví a decirme a mí misma. Y si alguien me pregunta les diré que toda la ropa extra que suelo llevar debajo por prescripción médica la tengo pendiente de lavar o de planchar y que por eso rasco tanto.

Sigo rascando…

Un beso!