Paff, el drac magic

jueves, 30 de octubre de 2008

EL BANCO

Se pasaba las horas sentado en ese banco. Cada día. Cada tarde. Siempre el mismo banco. Siempre la misma hora. Nunca cambiaba. Su sitio de pensar, decía cuando le preguntaban. Pero la verdad era que iba allí para reunirse con Sara. Hacía ya casi cincuenta años que lo visitaban. Cada día. Sin excepción. Ya desde novios, en esas tardes de primavera, con la hermana pequeña de Sara como carabina se pasaban allí largas horas hablando. El tema era totalmente indiferente. Pero la compañía que se hacían el uno al otro era infinita.

Andrés iba ese día a su cita diaria con Sara con la firme convicción de contarle una cosa que le pasó con su vecino de toda la vida, Miguel, el del quinto. Siempre había sido un hombre extraño. Nunca hablaba con nadie. Pero ese día dio su primer paso y no solo le saludó, si no que le preguntó como se encontraba. Totalmente inusual. Por eso ansiaba contárselo a Sara. A una cosa así había que darle la importancia que merecía.

Pero al llegar allí y tras una larga espera de dos horas vio una vez más como Sara no aparecía. Él no perdía la esperanza de que algún día volvería a encontrarla allí y de que todo volvería a ser como antes. Por eso volvía una y otra vez a ese banco. Con un puñado de comida para las palomas. Siempre les había gustado darles de comer. Se habían hecho incluso amigos de unas cuantas de ellas. Y de lo que sí estaba seguro Andrés era de que al día siguiente por la tarde a la misma hora iba a volver a ese banco. Y así hasta el resto de su vida. Hasta volver a encontrarse con Sara.

Nota: Sara murió seis meses antes de un cáncer fulminante.

"Disculpen si les llamo caballeros,
pero es que no les conozco muy bien"
Groucho Marx

FÁBULA

"Se dice que hace muchos años, un padre y su hijo se disponían a recorrer con su burro varios pueblos para vender sus productos. El padre iba montado a lomos del burro mientras su hijo andaba a su vera con las riendas en la mano.

Mientras avanzaban por el camino se cruzaron con unos campesinos y al pasar, les oyeron murmurar entre sí:

- Desde luego... este hombre es un explotador y no tiene ninguna consideración por el niño. Él va tan a gusto encima del animal mientras su pobre hijo debe andar kilómetro tras kilómetro.

El padre, al escuchar el comentario le dijo a su hijo que se montara en el burro. Al poco de caminar, se cruzaron con otros campesinos, los cuales al verles pasar dijeron:

- Que falta de respeto... Mira el niño, tan joven y deja que su anciano padre vaya a pie en lugar de cederle el sitio para que descanse.

El padre oyó lo que comentaban de manera que le dijo a su hijo que se montaran los dos en el burro, convencido de que así se acabarían las maledicencias. Pero a los pocos kilómetros se cruzaron con un grupo de mujeres, las cuales les dedicaron una reprobadora mirada y las oyeron susurrar:

- Pobre animal... tiene que cargar con esos dos pesados fardos cuando uno de ellos podría ir a pie sin problemas.

El padre, al escuchar el comentario decidió que tanto él como su hijo se bajaran del animal. Al llegar al pueblo al que se dirigían, algunos habitantes les miraban con una sonrisa. A su paso les oían reír entre dientes mientras se decían:

- ¡Que tontos! Tienen un fuerte animal que les podría llevar fácilmente y en cambio caminan a su lado malgastando sus energías. ... Esta pequeña fábula nos enseña que, en ocasiones, hagamos lo que hagamos no existe una solución completamente correcta. Debemos estar preparados para las críticas ya que resulta imposible contentar a todo el mundo."




O como suele decirse…¡nunca llueve a gusto de todos!
"Es más fácil variar el curso de un río
que el carácter de un hombre"
(Probervio chino)

MI INFANCIA

Qué recuerdo de mi infancia? …Poca cosa.

Como aquel día, en que testaruda de mi, tenía que aprender a toda costa y en ese mismo instante a montar en bicicleta. Toda mi familia estaba más interesada en comerse un plato de arroz que en enseñarme a mi. Así que al final desistí de buscar un cómplice y me armé de valor, cogí mi bicicleta y apoyando un pie en el bordillo de la acera empecé a pedalear hasta llegar una y otra vez hasta esa pobre puerta del garaje contra la cual rebotaba.

O aquellas incontables ocasiones en que debido a mi mala pronunciación al tener los dientes descolocados, mi familia insistía en hacerme decir, bajo engaños si era preciso, la palabra “sopa” para romper en carcajadas. Al darme cuenta de lo que pretendían logré no decirla cuando me instigaban, pero una vez se dieron cuenta de mi hallazgo me preguntaban “que vamos a comer mañana?” y tonta de mi y por pura cortesía contestaba “zopez”.. y ahí llegaban otra vez las carcajadas …

O aquellos juegos de “casitas y comiditas” con el vecino de fines de semana, sobrino de las señoras de la casa de enfrente de la nuestra. Ni siquiera vivía en el barrio. Vivía a 50km. Pero venía a visitarlas de tanto en tanto y recuerdo esos juegos y esos partidos de tenis. Jugábamos a dobles y el enemigo era o bien la pared de casa o la puerta del garaje del vecino. En aquellos entonces soñaba que me iba a casar con él. Preparábamos un montón de manjares, hacíamos la compra y todo en el pasillo que llevaba a su casa y justo enfrente a la nuestra. Iba a sus fiestas de cumpleaños que para aquellos entonces me parecían fiestas de ricos por el simple hecho de que ponían piñata colgada de un hilo de tender la ropa.

O aquellos juegos del elástico o la comba con las amigas del barrio. Recuerdo que si perdía me enfadaba y me batía en retirada antes de que volviera a ocurrir y lo que era peor, que lo vieran los demás.

O aquella ocasión en la que me caí de la bicicleta yendo de “excursión” con los amigos del barrio y en señal de protesta le propiné un puntapié y la amenacé con dejarla allí tirada por lo que me había hecho. Si no hubiera sido por mi hermana aún seguiría allí la pobre bicicleta.

O aquella ocasión en la que nos lo estábamos pasando de miedo jugando a escondernos en un campo sembrado de algún tipo de cereal hasta que llegó el dueño y agarrándonos de las orejas nos llevó delante de nuestros padres y les exigió el pago de las pérdidas que le ocasionamos en su huerta.

O tal vez aquella visita de mi primo Javier. Venían de Castellón para la comunión de mi hermana. Javi se trajo un monopatín. Yo me moría de ganas por probarlo pero de la vergüenza ni me atrevía a pedírselo y me tuve que quedar con las ganas mientras veía como los demás jugaban con él. Supongo que también me impuso un poco el hecho de que me podía caer y encima se hubieran reído de mi.

O tal vez aquellas cabañas fabricadas con cuerdas y una sábana vieja en el desván de casa. O las que hacíamos en el nuevo barrio al cual nos íbamos a trasladar en breve y donde ya viven mis padres desde hace mucho, mucho tiempo. Había obras en un solar cercano y toda la pandilla iba a coger palos, tablones de madera, plásticos y todo lo que nos pudiera ser útil para su construcción. Pero claro, una vez construida venía el dueño del solar y abajo otra vez con ella porque necesitaba el material. Nos costó un triunfo el levantarla miles de veces. Nos costó incluso una pelea con unos vecinos de allí. “Lázaro plátano” le llamábamos a uno de ellos para hacerle rabiar.

O el recuerdo de ese tazón de leche con galletas que mi madre nos preparaba para cenar casi todos los días. Qué bueno sabía aquello después de un largo día.

O aquel cuarto de la casa de al lado que mi padre usaba para dar clases particulares de matemáticas. Nos metíamos allí mi hermana y yo y pasábamos horas jugando. Con una vieja pizarra. Con una moto vespa vieja que fue de mi padre. Con un montón de muñecos. Y más al fondo, en otra de las habitaciones, era donde mi padre tenía sus herramientas. Era como el sitio prohibido, sagrado. Allí tenía mi padre sus inventos. Un busto de fango, recuerdo yo. Que si no voy mal todavía existe.

O aquel molino que nos parecía guardaba uno de los más temibles monstruos y al cual no nos atrevíamos a acercarnos por si se asomaba a la vez que nosotras. Siempre que mi madre subía a tender la ropa la acompañábamos, pero de ahí no pasábamos. Volvíamos lo más rápido posible a su vera.

O aquella única vez que recuerdo que me dejaron a pasar la noche con un familiar porque había habido algún enfermo. Yo llorando hecha un ovillo en donde me dejasen pegada a un miembro de esa familia porque ni siquiera estaba conmigo mi hermana.

O aquella otra ocasión en la que esos mismos familiares me preguntaron por una buena nueva. El nacimiento de unos gatitos. Y al preguntarme por el sexo de los mismos les dije algo así como que la gatita había tenido dos machos y una “macha”. Ese sonido de las carcajadas que provoqué y que fue otro más de los detonantes que me decía en mi interior que era mejor mantener la boca cerrada o se reirían otra vez de mi…

O aquel juego de médicos que me trajeron los Reyes Magos. O ese otro que era una simple careta de plástico con todo un set de maquillaje cuando a mi hermana le habían traído la cabeza entera, con pelo y todo. O tal vez quizá el juego de dos teléfonos rojos conectados con un cable a través de los cuales podía mantener ya por entonces esas largas conversaciones con mi hermana.

O aquel sueño en el cual yo podía volar y tenía que salvar a la pandilla del barrio todavía no se de que… pero si se desde donde emprendía el vuelo.. de nuestra famosa acera de la bicicleta, la pista de despegue!.Lo vi tan claro en el sueño que creo que estuve a punto de intentarlo despierta.

O aquella lavadora vieja de mi madre que estaba en el garaje en la que se metía la ropa por la parte superior y casi había que hacerla funcionar a mano.

O aquellos baños estivales. Empotradas las dos, mi hermana yo, en sendos barreños, con los dedos encogidos y las manos totalmente arrugadas por el tiempo que pasábamos en ellos . Recuerdo que uno era largo y estrecho y el otro era más bien rechoncho y bajo.

O aquel árbol que estaba justo en la esquina cercana a la puerta de nuestro garaje, la sufridora que recibía los golpes de la ya mencionada bicicleta. Siempre había un lecho de sus flores rojo-anaranjadas en forma de campana. Y recuerdo haberme encaramado en sus ramas.

O aquellos albaricoques verdes incomibles de nuestra vecina. Estaban demasiado a mano para no caer en la tentación de probarlos. Igual que las almendras de los árboles que estaban al otro lado de la calle. Los chicos que venían a las clases particulares de mi padre se ponían las botas y nos dejaban allí el rastro de su aventura. A los pies de la escalera que subía al molino de la bestia.

O aquella boda de la hija de nuestra vecina. Único recuerdo que tengo de ella. Y la impresión que me quedó fue la de que el novio era muy guapo. Y ella iba de princesa. Como un cuento de hadas.

O aquella ocasión en la que un gato callejero las emprendió conmigo por intentar ser cariñosa y volví a casa llorando llena de arañazos en brazos y piernas y mi hermana detrás.

O aquella desaparición de nuestro querido Conco, un perro salchicha. Todos en casa estaban llorando y yo me hacía la fuerte. Pero acurrucada en el sofá también me iban cayendo las lágrimas mientras se lo negaba a mi madre que me preguntaba si no me daba pena que el perrito no estaba. Y las veces que venía el pobre lleno de cal viva tras caerse en esa especie de pozos en alguna de esas excursiones …

O ese teléfono de antaño. Blanco y con la famosa rueda de números que había que accionar para marcar al que querías llamar.

O aquella noche en la que le robaron la radio del coche a un familiar nuestro estando aparcado al otro lado de la ventana mientras pasábamos el rato jugando a las cartas, charlando y riendo.

O ver nacer a un montón de gatitos pequeños. Siempre había alguno en casa, aunque decir alguno es quedarse corto. Llegamos a tener hasta lo menos doce a la vez!...

O ese día que me piqué con una ortiga y mi madre me tuvo que poner una tirita para que me sintiera importante y se me pudiera pasar el disgusto.

O aquella vez en que perdí 100 pts de vuelta a casa tras hacerle un recado a mi madre en la tienda del barrio. Por más que intenté volver a pasar por donde había ido ya no apareció nunca más.

O el día de Reyes en que mi padre siempre olvidaba por puro descuido las llaves, y claro, tras entrar por arte de magia en casa a por ellas (recordemos que estaban dentro, por lo tanto no las llevaba) oh sorpresa que habían llegado los Reyes Magos y habían dejado los presentes detrás de la cortina del salón y no solo eso, si no que los camellos se habían comido toda la hierba y se habían bebido toda el agua . También recuerdo la indiferencia que me produjo lo que me dejaron en casa de mi "futuro esposo" un año. Ni siquiera recuerdo el regalo, solo la indiferencia.

O la habitación donde dormíamos mi hermana y yo. Ella tenía un póster de Superman que al final tuvo que quitar por el miedo que le producía el ver a ese señor volando, puño en alto, cada noche hacia su nariz con una determinación asombrosa!.

O aquel jersey que me gustaba tanto. Ese que tenía los botones con los colores del arco iris.

O aquella ocasión en la que me quedé encerrada en el cuarto de baño y al final tuvieron que rescatarme entrando por la minúscula ventana del mismo.

O aquellas escaleras que subían a las habitaciones por las cuales me caí una vez que mi hermana intentaba levantarme y que cuya caída me dejó un recuerdo imborrable justo al lado de la ceja.

Si… algún que otro recuerdo me queda…

¡OH! ¡OH!


"¡Dios mío!.. ¡Pero qué he hecho??!"

ASÍ SOY YO

Como veis lo de crear un blog no es lo mío. El primer intento acabó en la papelera de reciclaje por tener tendencias destructivas con los textos que me salían… y el segundo lo acabo de eliminar por error. Todo un portento en la materia, como podéis comprobar.

Supongo que los pocos que habéis entrado a hacerme una visita os habréis dado cuenta del detalle. Pero en fin, así es más divertido, no?. Nunca sabes lo que te vas a encontrar..

En definitiva, que espero que os guste y estéis cómodos si logro centrarme un poco y no romper nada más. No hay nada mejor que la cabezonería para lograr tus objetivos marcados.

Alguna pregunta? Señor, no señor!